San Miguel (Azores). Etapa 1. Lagoa do Fogo

¿Cómo surgió la idea de viajar a las Azores? No teníamos nada previsto para el verano, pero en el último momento pensamos en buscar un viaje a un destino próximo y que no fuera muy caro. Y, casi sin saber donde nos metíamos, encontramos una buena oferta para pasar una semana en San Miguel, la mayor isla de las Azores.
El vuelo partía de la T2 de Barajas con la compañía de las Azores: SATA. Después de varios vuelos en compañías de bajo coste, fue un agradable cambio no tener que preocuparnos  por el peso o el tamaño de las maletas, e incluso nos sirvieron un pequeño refrigerio...
En poco más de 2 horas y media estábamos en mitad del Atlántico, en un archipiélago volcánico, del que dos semanas antes no teníamos referencias.
El hotel era El Lince, de cuatro estrellas, bastante cómodo, aunque estaba un poco lejos del centro de Ponta Delgada. Llegamos al hotel sobre las once de la noche, hora local, ya que en las Azores hay dos horas menos que en la España peninsular.
Al día siguiente nos levantamos tempranito y fuimos a buscar el coche de alquiler que habíamos reservado con Ilha Verde, un clio algo falto de caballos con sillita (costrosilla) para el niño. 
Como eran pasadas las nueve y media decidimos, en nuestro primer día en San Miguel, hacer una ruta corta alrededor de Lago do Fogo.
La primera parada fue Ribeira Grande, antigua capital de San Miguel, que posee una enorme playa de arena negra, y una rivera de río muy agradable. Aprovechamos nuestra visita a la ciudad para tomar un café y hacer unas compras para la comida.
Nos llevamos de España algo de embutido y decidimos comer de pic-nic durante nuestras rutas, ya que hay muchísimos merenderos junto a la carretera en sitios realmente impresionantes. Parece que los micaelenses son muy aficionados a las barbacoas, por lo que hay cientos de zonas preparadas para ello junto al mar, en preciosos acantilados, o en zonas boscosas.
Tras las compras paseamos por la rivera del río, donde han rehabilitado un antiguo molino, y hay numerosas flores, como las hortensias, que serían una constante en nuestro viaje.
La única pega de este parque era que los columpios infantiles estaban en muy mal estado.
Continuamos camino en dirección al puerto de Lombadas, para lo que salimos de Ribeira Grande por una carretera adoquinada. Empezamos a subir por un pequeño puerto, primero entre prados llenos de vacas, pero tras rodear una central geotérmica, llegamos a una zona de densa vegetación, rodeados de flores. No mienten quienes dicen que esta isla es un enorme jardín.
Al final del puerto de Lombadas se juntan varios riachuelos y hay unas edificaciones abandonadas, que constituían una antigua embotelladora de agua. El lugar no merece la visita, salvo que quieras iniciar alguna ruta al Lagoa do Fogo, pero el camino hasta allí es maravilloso.
A la vuelta a Ribeira Grande paramos en Caldeiras, donde destaca un estanque blanquecino lleno de aguas termales. Se trata de un antiguo balneario, también ahora abandonado.
En Ribeira Grande pasamos por su playa, barrida por las olas, ya que la ciudad está más expuesta al mar que Ponta Delgada. Junto a la playa los azoreños se bañaban en una atestada piscina.
Nuestro camino ahora nos dirigía a Lagoa do Fogo y aunque teníamos previsto hacer la ruta hasta el Salto del Cabrito, no fui capaz de encontrar su inicio.
Nos paramos sin embargo en Caldeira Velha, donde a través de un desfiladero lleno de vegetación, se accedía a una preciosa cascada con una poza donde era posible bañarse. El lugar es muy bonito pero la intervención humana es muy importante. Hay unos vestuarios preparados para ponerse el traje de baño, y el agua de la poza está templada, ya que en toda la zona hay manantiales termales.
 El acceso fue gratuito, no obstante durante nuestra estancia en las Azores vimos en las noticias que empezaban a cobrar la entrada al recinto.

Aquí la maravillosa cascada:

Tras un fantástico baño, la temperatura del agua era ideal, y unos bocatas, seguimos camino hacia Lagoa do Fogo. Hay varios miradores que permiten una vista espectacular del antiguo cráter, convertido en lago, y donde puede verse el mar a ambos lados de la isla.
Se puede llegar andando al lago, pero no entraba en nuestros planes ya que viajamos con nuestro hijo de dos años y medio, pero nos dio un poco de envidia ver bañistas en la playa del lago.
Regresamos hacia el hotel pasando primero por Lagoa, donde nos tomamos un café junto al mar. En general los pueblos de la isla no nos impresionaron demasiado, se observa una decadencia en ellos que debe ser debida tanto al aislamiento de las Azores como a la fuerte crisis económica que azota Portugal. Los pueblos, probablemente por la orografía, no están orientados al mar ni a parques o grandes avenidas, si no que se repliegan en estrechas calles que no invitan al paseo. No obstante hay cierto encanto en las blancas casas que intentan subsistir en los margenes de la lucha entre el océano atlántico y la tierra volcánica.

Cenamos en Ponta Delgada,en un barecillo turísitco en el casco antiguo. Del restaurante poco que añadir (Jordao), pero probamos dos de las constantes gastronómicas en la isla: pescado a la plancha  (en este caso albacora) y filete de ternera.

Tras la cena nos acercamos a las Puertas de la Ciudad, donde había un mercadillo de productos locales (mermelada de piña, embutidos, quesos...) y tomamos una estupenda caipiriña.

Ruta:

Comentarios

  1. Como decía mi madre, es de bien nacido ser agradecido así que solo quiero daros mil gracias por vuestro diario TAN bien detallado que nos fue muy útil a la hora de recorrer San Miguel.
    Una isla increíble y mucho mas fácil gracias a vosotros ^_^
    Saludos!!!

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  2. Muchas gracias. Es muy agradable saber que nuestra experiencia sirve a otros viajeros.

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